Es ese terrible momento en que las implicaciones que se han
creado en los últimos treinta segundos en aquella reunión social a la que no
querías ir, se vuelven tan sólidas que casi son tangibles. La miras acongojado,
nervioso, aterrorizado pero firme, buscando en su mirada un escape a la
horrible situación en la que te ves envuelto. El peor de los silencios reina y
tus manos sudorosas luchan por mantener en tus manos el teléfono que tanto
cuidaste por ser tu conexión secreta con ella y que ahora se ha convertido en
tu perdición. Tu boca se seca y tu frente se moja mientras el maldito,
traicionero teléfono timbra en tus manos y él, su esposo al igual que el resto,
entiende con perfección lo que implica que tú te niegues a contestar. Puedes
ver como su mente viaja de un punto a otro como dando brincos sobre rocas en un
lago, como entiende que aunque marcó del teléfono de su esposa a su cuñada
Beatriz, no es ella quien contestará, brinco, una roca. Como todas esas tardes,
noches, madrugadas, no es con su hermana Beatriz con quien ella hablaba sino
contigo, otra roca, ¿por qué hablaría contigo? ¿por qué lo ocultaría? ¿será qué
algo sucede entre ustedes? otra roca, ¿y las reuniones en la iglesia? ¿las salidas con Beatriz hasta muy tarde? Orilla.
Ves como frunce su ceño y entiendes, esto, mínimo, te va a
costar el obispado.