La Mia Bella Terra

Los días en la facultad no se han vuelto más sencillos. Al contrario, todo lo que me queda es el recuerdo de la patria que dejé hace ya varios meses por perseguir al fantasma del estilo.



Nunca fui tan diferente, marca misma de la mediocridad que me rodeó desde que tengo memoria; la infancia para mí fue un concurso, una competencia encarnizada para destacar, salir del estanque, ser observado, aclamado por las miradas de admiración, rodeado de los símbolos primordiales del status y la significancia. Los recreos, ensayos de cómo impresionar a la gente, que pasaban de mentiritas de capítulos de series que nunca vi, hasta elaborados planes de congregar a todos en torno a mis anécdotas, con ese truco ineludible de involucrar siempre a algún beneficiado presente para compartir parte del botín social.

Esto lo sabría cualquier cojudo que leyera con más atención lo que publico. Sin diferenciarme mucho de cualquier pendenciero grafitero, ahí, escondido entre la información vacía sobre un tema cuya reacción idiosincrática la dejé clara a la quinta palabra, están acomodadas mis esperanzas, los lugares, edificios, joyas en los cuales estuve y que coloqué sobre y alrededor de mi cuerpo.

Está también mi tristeza, ahí, como listón de una falsedad que no entiendo a dónde llega ni de dónde partió, escrita como collage entre todas las opiniones idealistas que pretendo que me libren del peso de mis obsesiones, de toda la gente a la que engaño, a la que tuve que abandonar por ir tras la libertad soñada, ese día en el que me tuvieran en una estatua, en una plaza importante, inmortal e imponente, con placas de bronce y cobre que anuncien mi victoria ante el fantasma, el del estilo, el que yo perseguía con estas colecciones de vidas enteras que nunca tuve.


Sé que ustedes no entenderían, sé que sólo han venido por usurpar un poco de lo que tengo guardado: un capital, un acumulado de importancias sociales, de conexiones, de clubes, de reuniones exclusivas, de fotografías que lucen bien porque quienes están ahí van a lugares, están en lugares, tienen la bendición del "irse", del nunca estar, de ser fantasmas, o estatuas, que para el fin de la anécdota dan igual.